18.9.08

Científicos

En el grupo, el que más y el que menos es algo científico. Mi hermano, por ejemplo, se autodefine trotskista y dice que desde Marx, todo se explica desde la materia científica. Creo que confunde los conceptos, pero bueno, él mismo. Él y Larry también están bastante interesados en la química. Y como el que mucho abarca poco aprieta, se han especializado en la del etanol. Del resto, ni zorra. No es que ninguno pueda decir qué es la función OH o qué es un monol, diol o poliol, y la fórmula de su composición química (CH3CH2OH) solo les evoca cierta forma de hablar a partir de cierta hora en las ce haches sustituyen a las eses, “¿quieres otra birra?” y el otro contesta: “Chi”. Pero sin embargo, saben que el etanol es el antídoto para los envenenamientos por etilenglicol, posibilidad ésta que aunque otros juzgamos remota, a ellos debe aterrarles pues la previenen constantemente, y son capaces también de establecer postulados teóricos de gran alcance tal como el que le escuché ayer a Larry: “si tomo birra, doblo. Pero en cambio si tomo cubatas…….yo creo que será la cafeína”.

En fin, el propio Larry demuestra también curiosidad hacia el estudio de la física, y ayer mismo pudimos debatir durante varias horas algunos de los aspectos más complejos y enjundiosos de “Los cazadores de mitos” que emiten en Discovery, como por ejemplo, el “Especial MacGyver” o el programa que analizó si es factible construirse un equipo de gadgets como el de Batman, un tema que nos trae de cabeza últimamente.

Pero a riesgo de parecer pedante, el más científico suelo ser yo. Y así, cuando empezó el pogo en el concierto de los Sex Pistols, ellos se largaron a la seguridad de la hierbecilla y me quedé solo, genio incomprendido, con mis cavilaciones.

Quizá peque de ingenuo, pero yo era de los que suponía que los punkis eran unos seres, un poco como los Oscar Wilde contemporáneos, magíster elegantiae, conocedores de las últimas tendencias, distinguidos sin caer en la cursilería, gentiles, chics….. charmants llenos de glamour, en suma. Bien, el que me tocó al lado, desde luego no se correspondía con el arquetipo. Media metro y medio y la única tendencia que se apreciaba en su estética era la tendencia al lodo. A la primera ostia que me dio, intenté responder de algún modo, pero luego empecé a darme cuenta de un curioso fenómeno. Más o menos cada 37 segundos lo tenía otra vez dándome un ostiazo en el hombro y me percaté que el chaval estaba trazando una órbita casi perfecta, que empezaba en mi hombro, salía rebotada al pobre desgraciado de las gafas que estaba delante, trazaba un arco hiperbólico hacia otro trompa que gritaba constante y misteriosamente “¡los payasos a casa! ¡wichita! ¡los payasos a casa!” y luego adoptaba una trayectoria cónica separando a la pareja de tortolitos y cayendo de nuevo sobre mi hombro. El tío era las leyes de Kepler todas en una. Al rato el pobre tipo de las gafas, se acabó largando, lo que demostró la variable de Stern y Levinson sobre la capacidad de un cuerpo celeste para limpiar su órbita de cuerpos menores. El chavalillo era a todas luces un cuerpo menor, no tenía presencia para el universo pogo-punk, y esto era tan así que su ausencia apenas modificó la órbita del punki, que pasó a tropezar con el siguiente tipo de la fila antes de volver a Wichita y seguir su marcha.

La tercera ley de Newton según la cual cada acción genera una reacción igual en sentido contrario se demostró cuando la tía a la que yo, empujado por el minipunki, le caía encima, tocándole el culo una de cada cinco veces (yo llevaba una órbita discontinua), me soltó otra ostia cayéndome de nuevo encima del tipo de gafas, que se creía ingenuamente en una zona a salvo de colisiones, e iniciando una nueva cadena de encuentros de astros en el baile cósmico. Pero en general, todos acabábamos de nuevo volviendo a nuestras posiciones iniciales en el orden planetario. Me empecé a preguntar sobre qué cuerpo orbitaba el punki pequeño. Era sin duda necesario otro de una masa muy superior que ejerciese la gravedad suficiente para que el pequeño no acabase como un descontrolado cometa beodo. Y sí, allí estaba su estrella de referencia, un punki enorme, gordo, como el Java de la guerra de las galaxias, algo digno de ver que, además, me fijé, era el que le daba las birras al pequeño. Eso explicaba el movimiento constante de este. Efectivamente, la birra era la variable que hacía que el principio de conservación de la energía no se viese afectado por la fricción con otros objetos. El chaval estaba en marcha y nada podía detenerlo. Las leyes de Newton se demostraron desgraciadamente veraces. Si el punki enano se hubiese movido en ámbitos subatómicos, le afectaría la física cuántica, con lo que su trayectoria sería impredecible (y no me caería siempre a mí encima), como la de otra pandilla de punkis que estaba a la derecha, bastante cuánticos, que se tiraban encima de la peña, un poco así al tun tun cuántico. Pero no, el mío era cabezonamente newtoniano, el muy mamón. Hasta cierto punto me era fiel. Cada 37 segundos ahí estaba de nuevo.

Desafortunadamente un cerebro científico como el mío nunca descansa, y horrorizado, empecé a comprobar otras leyes físicas. Concretamente, la de la viscosidad de los fluidos.




Por muy perfectas que fueran las órbitas del punki, el principio de acción y reacción antes descrito hacía que en las colisiones conmigo y con wichita, parte de la birra se le cayese por encima, iniciándose sin duda curiosas reacciones químicas con el lodo, la roña, la mugre, el “tatuaje” pintado a boli Bic, y unas nada apetitosas heridas y postillas negruzcas en el hombro. Lamenté que no estuviesen a mi lado Josemi y Larry, los dos expertos en la química del etanol. Me podrían haber aleccionado. Pero no era así y como la ignorancia es la hermana del miedo empecé a temer que se me adhiriese de algún modo. ¿Y si todo aquel fluido mugriento iniciase una reacción y se pegase a mí? Sí, mierda, maldita sea, llevaba la chupa vaquera, era mucho más porosa que si hubiese vestido la de cuero que imita a la Gestapo. Y ni pensar en quitarse la chupa porque los rockeros NO NOS QUITAMOS LA CHUPA. Imaginé sus polímeros bazofientos buscando anclajes en mis poros, me imaginé unido al punki de por vida, hermanos siameses inseparables. Iría con él a otros pogos, iniciaría la peregrinación punki por las fiestas estivales, comería con él del suelo el bacalao al ajoarriero que tiran desde la plaza de toros a la calle en los san fermines, tocaría patéticamente la flauta, me lo llevaría a la Sala Alfil a ver a Yllana. Dios, lo que se reiría el chaval con 666. ¿Se enternecería también conmigo en el Hamelin de Animalario, con la versión teatral de 2666? ¿Pagaríamos dos entradas o una? ¿Ocuparíamos un sitio, o dos en el avión? ¿Nos dejarían entrar o nos considerarían arma de destrucción masiva? Pero de repente tuve un pensamiento aterrador, ¿y si me colonizaba? ¿Y si gradualmente mis moléculas y las suyas se fusionaban en un solo mugroso cuerpo punki? Recordé esa ilustración de André Masson al poema de Lautreamont: “soy sucio, los piojos me roen, los cerdos vomitan al mirarme…”. El punki enano y yo nos fusionaríamos, nos saldrían raíces, telas de araña, las ratas corretearían entre nuestros cuellos, iniciaríamos una metamorfosis con los detritus callejeros, un nuevo feto, un nuevo renacer mierdoso.

Afortunadamente para ambos, no parecía que esto se produjese. Estaba de mi lado la energía cinética y la dinámica del movimiento circular uniforme que impedían cualquier fusión. La aceleración producida por la Heineken imposibilitaba cualquier estado de reposo. Y mientras respiraba aliviado, otro científico anónimo,
un alma gemela, quiso comprobar la lucha entre la fuerza centrípeta y la velocidad, aplicada a la trayectoria parabólica de los proyectiles. ¿Como lo hizo? Tirándole un teléfono móvil a la cabeza a Johnny Rotten con un cálculo tan eficaz que le dio en plena ceja. Joder para el científico. Menuda máquina. Si hubiese aprendido yo algo de ese notas, no hubiese hecho el ridículo el otro día, tal cual Mr. Bean o Ben Stiller en “Algo pasa con Mary” intentando sujetar un móvil que se me caía delante de la preciosa monitora rubia en una lamentable y fracasada exhibición de malabares.

El caso es que el estudio de trayectorias parabólicas, terminó con la música e ipso facto, todo se paralizó. El movimiento que parecía perenne del semipunki, yo tocándole el culo a la tía de al lado, la pareja de tortolitos desesperada, el super gordo punki trasegando sin parar..….la danza cósmica entró en un impasse. ¿Todo? Bueno, casi todo. El tío que gritaba “¡Wichita! “Misis Wilians guitar! ¡los payasos a casa!” seguía incansable aún cuando su expresión anunciaba un pronto coma etílico. Mientras, con la banda en silencio, Johnny Rotten llamaba pajillero, y unos diez mil insultos más, al científico. Yo no considero que ser pajillero sea algo de lo que avergonzarse, por supuesto. Lo tengo muy a gala, pero allí incomprensiblemente se usaba la palabra como algo intrínsecamente malo. ¡Ah! Desde Galileo nos han perseguido. Quemaron en la hoguera a Servet. ¿Por qué iba a ser diferente ahora? Otro mártir silencioso de la ciencia aquel chaval anónimo. Pero lo peor es que todas las teorías de la física se me estaban yendo al puto carajo. ¿Cómo se había parado todo aquello? Joder, ¿dónde estaba el pogo? Al fin, después de un buen rato, sonó el primer acorde, y volví a sentir la cálida presencia en mi hombro de mi punki. Sí, ya había confianza, lo podía considerar mío. Le caí encima otra vez a la tipa, se cayó al suelo el notas de gafas, el gordo volvió a trasegar, la pareja de tortolitos volvió a estar hasta los putos cojones. Se reinició el movimiento de los cuerpos celestes. Fue la ostia. ¿Y todavía hay lerdos que se preguntan cual es el origen del universo? ¿El primer motor? Yo lo tengo claro. Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo decía Arquímedes. Que va, basta, con un micro punki bien mamado.

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